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Gabriel García Márquez y Rodrigo GarcíaGabriel García Márquez y Rodrigo García

García Márquez: el largo y doloroso camino que lo llevó a la pérdida total de la memoria

Rodrigo García Barcha, hijo del célebre Nobel de Literatura, recupera los últimos años de Gabriel García Márquez caracterizados por la pérdida de la memoria debido a la demencia.

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16 de junio de 2023

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Teresa Peón y Nava

Hace dos años, en mayo de 2021, el cineasta y autor Rodrigo García Barcha presentó su libro de memorias que recupera los últimos días de sus padres, Mercedes Barcha y Gabriel García Márquez, el Nobel colombiano que vivió el final de su vida con demencia, sin recordar sus obras ni cómo o de dónde sacó las ideas para crearlas.

La condición del célebre autor de la icónica “Cien años de soledad” no es, entonces, una novedad. Sin embargo, quizá por la cercana celebración del Día del Padre, tanto redes sociales como medios de comunicación han recuperado algunas de entrevistas y frases con las que el cineasta lo recuerda al final de su vida.

El proceso, recuerda García Barcha para Infobae, comenzó unos 10 años antes de la muerte de Gabo, como fue conocido el laureado García Márquez, autor de “El amor en los tiempos del cólera”.

“No se dijo públicamente pero, como no se recluía, todo el que lo trató se dio cuenta. Él se vestía y comía, pero ya no reconocía a nadie”, dice un texto publicado en el perfil Cronopios de Facebook a propósito de la condición de salud mental que acabó con la memoria del maestro del realismo mágico.

“Leía sus propios libros, que no recordaba haber escrito: Hubo dos etapas. Primero, los leía sabiendo que eran suyos, pero absolutamente sorprendido de no acordarse de nada, decía ‘¿de dónde carajo salió todo eso?’. Luego, ya leía entendiendo poquísimo y no se daba cuenta de que era su libro hasta el final, cuando veía su foto en la contraportada”.

Así vivieron la demencia del escritor

Garcia Barcha, quien acompañó en todo momento a su padre en los meses previos a su muerte, tomó notas de todo sin saber a ciencia cierta en ese momento qué haría con ellas. El resultado fue “Adiós a Gabo y Mercedes: Memorias de un hijo de Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha”, un libró escrito en inglés, y no en español, quizá para evitar sentir tanto. 

“Quería escribirlo rápidamente, sin tener que profundizar en ello”, reveló en una entrevista con Los Angeles Times a propósito del lanzamiento del libro. “Lo escribí en estos capítulos discretos y cortos que se hicieron por comodidad, para poder seguir avanzando. Luego me di cuenta de que era un buen formato”.

“Son imágenes, un álbum de fotos”, definió.

Lo cierto es que de esas “imágenes” que pensó quedarían en familia, para el recuerdo de él y de su hermano Gonzalo, así como de los nietos y nietas del escritor nacido en Aracataca, Colombia, surgió un retrato entrañable y pormenorizado de lo que es el avance de la demencia en las personas adultas mayores.

“En los últimos tres o cuatro no reconocía prácticamente a nadie y leía sus premiadas y admiradas obras sin recordar que eran suyas, algo realmente difícil para alguien que siempre aseguró que la memoria era su materia prima, la herramienta que para muchos, le permitió, básicamente, narrar de manera mágica la realidad que encontró a lo largo de su vida, esa que comenzó el 6 de marzo de 1927”, contó a Infobae.

“Fue un proceso muy largo. Los primeros años ni siquiera parece una enfermedad, da la impresión de que son los olvidos de nombres y de cosas propios de la edad, de tener más de 70 años, pero luego sí se empieza a entrar en una etapa de repetición de preguntas, del olvido de conversaciones que se acaban de tener en ese momento, la imposibilidad de tener un hilo en una idea, empezar una frase y perderse, esa etapa ya es un poquito más preocupante.

“Pero la peor etapa es cuando la persona ya se da cuenta plenamente de que está perdiendo la memoria, que se le está desvaneciendo el contacto con los eventos y con la realidad, esa etapa es muy dura, para el enfermo y para la familia, y luego hay una etapa mucho más dura, ya no para él, que ya estaba demasiado distraído para darse cuenta, o preocuparse, que es cuando empieza a no reconocer a su gente inmediata, a nosotros mismos, eso siempre es un poco extraño y duro”.

Hubo momentos incluso, según cuenta el perfil Cronopios, en que “recordaba a su esposa pero llegó a creer que la mujer que tenía frente a él era una impostora”. 

En otra ocasión, añadió, “pidió ir a ver a su padre, ‘yo tengo una cama junto a él’, decía, y se refería en realidad a su abuelo, que lo cuidó de niño y, en efecto, entonces dormía en un colchón en el suelo junto a la cama de aquel hombre, al que no veía… ¡desde 1935!”.

Mercedes, el amor de su vida

La mujer que lo acompañó y apoyó siempre, Mercedes, fue el gran amor de su vida. La conoció durante un baile estudiantil y, desde ese momento, se enamoró perdidamente de ella, la hija de un boticario.

En ese momento se prometió a sí mismo que la convertiría en su esposa tan pronto como pudiese, asegura National Geographic. Los biógrafos del escritor colombiano definen a Mercedes como: «Una mujer alta y linda con pelo marrón hasta los hombros, nieta de un inmigrante egipcio, lo que al parecer se manifiesta en unos pómulos anchos y ojos castaños grandes y penetrantes». La pareja se casó en 1958 y un año después nació su primer hijo, Rodrigo. En 1961 se instalaron en Nueva York, ciudad en la que García Márquez ejerció como corresponsal de Prensa Latina en una agencia fundada por Fidel Castro.

Gracias a esta relación laboral, García Márquez acabaría entablando una estrecha amistad con el líder cubano, lo que le valdría recibir amenazas de la CIA y de la disidencia cubana. Por este motivo, el escritor decidió trasladarse con su familia a México donde nació su segundo hijo, Gonzalo. De esta época son sus obras “El coronel no tiene quien le escriba” y “La mala hora”.

México adoptó al escritor y prácticamente lo hizo suyo. Las muestras de admiración y cariño fueron más que evidentes en el funeral masivo que se organizó en el Palacio de Bellas Artes, cuando el 17 de abril de 2014, a los 87 años, se apagó su vida.

Por Teresa Peón y Nava

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