No quiero mexicanos de azúcar

Las personas con discapacidad tienen derecho a tomadas en cuenta de manera real, sin simulación ni actitudes discriminatorias que los invisibilizan.

Por Bárbara Anderson

Hay una expresión en Cataluña: ser de azúcar. 

Creo que es algo que escuché de pequeña del lado materno de mi familia (el Font, el del abuelo de Igualada, cerca de Barcelona).

¿Qué quiere decir “ser de azúcar”? Es un término que se usa cuando un niño o una niña participa en un juego pero no cuenta, es decir que juega pero si pierde no tiene ningún castigo y si gana tampoco se cuenta su victoria. 

Es una postura rara, porque de cierta manera uno está ‘sumado’ pero en realidad, es un engaño porque nunca eres parte real de ningún juego. 

Hoy las personas con discapacidad en este país son personas de azúcar. Los pueden invitar a gozar de ciertos derechos, pero en realidad es una simulación. 

Los invitan a ir a la escuela (es un derecho constitucional, y la Constitución además especifica que la educación debe ser inclusiva), pero cuando llegan a ‘jugar’ ya no cuentan: no hay cupo, no hay maestra de apoyo, no hay materiales adaptados y menos aún presupuesto. 

Los invitan a un evento, pero cuando llegan no hay rampas, intérpretes ni modos de disfrutar como el resto. De azúcar.

De azúcar también es la justicia cuando quieren denunciar algún delito: sí, los invitan al Ministerio Público, pero ahí ya nadie los escucha, ni les preguntan qué necesitan para poder hacer valer sus derechos. 

Son de azúcar en las entrevistas laborales: los invitan a presentarse a una vacante pero a la mera hora les dan tareas sencillas (no vaya a ser que demuestren que pueden tener algún talento importante o que vayan a cometer un error). Y eso siempre y cuando los inviten a jugar que trabajan, porque en muchos casos son de azúcar desde el momento en que les avisan que no habrá premio, que ya jugaron contando lo que saben hacer pero que la victoria se la llevará alguien sin ninguna condición que exija tantita empatía. 

Un poco fue lo que orilló a uno de los entrevistados de esta semana, Gabriel Marcolongo, quien vio a su padre economista y con posgrados en sistemas financieros cansarse de buscar empleo sin éxito porque había perdido la vista en un ojo. Y así nació la plataforma laboral Inclúyeme.com que hoy está en 11 países de Latinoamérica.

De azúcar son los mexicanos que invitan a un edificio, incluso a esos rimbombantes con firma de autor, pero que no pueden recorrerlo porque no es accesible. Porque parece mentira que recién este año, en su edición XVII la Bienal Nacional de Arquitectura Mexicana de la Federación de Colegios de Arquitectos de la República Mexicana premió (¡cómo que no!) a inmuebles que son accesibles. 

De azúcar eran los expertos en tecnología que buscaban empleo en multinacionales hasta que Microsoft decidió hacer una campaña a favor de las personas con dislexia (Be you, sé tú) y ahora son invitados a jugar con premio o castigo. 

De azúcar fueron, en muchos casos, los protagonistas de mi último libro (IN) VISIBLES, donde muestro las historias de 24 mexicanos que contra todo pronóstico hoy se sienten plenos, con empleo, practicando el deporte que los apasiona o habiendo formado una familia. 

En muchos casos ellos también fueron hombres y mujeres de azúcar en la universidad, ante la ley, frente una oportunidad laboral, en la búsqueda de un apoyo o hasta en el derecho al placer. 

Mi sueño -así como le pregunté a todos los protagonistas de (IN) VISIBLES- es lograr acabar con los mexicanos de azúcar en este país: que haya juego sí, pero que también haya victoria o castigo. 

Que se juegue con calor y no con tibieza. 

Que se invite con genuina intención y no por quedar bien y parecer inclusivos. 

Ese es mi sueño, mi sueño sin azúcar. 

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