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Sheila tiene 33 años y fue diagnosticada a los 28 (@cronicasautistas)
Sheila tiene 33 años y fue diagnosticada a los 28 (@cronicasautistas)

“Siempre era la rara”: Sheila vive con autismo, pero fue diagnosticada hasta los 28 años; así es su vida

Sheila tiene 33 años y es madre de dos hijos. Hasta que comenzó las revisiones de salud durante su embarazo, los doctores le diagnosticaron autismo. Ahora se pregunta cómo habría sido su niñez y adolescencia si la hubieran diagnosticado a tiempo.

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8 de diciembre de 2023

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Redacción Yo También

Sheila Jocker tiene 33 años, estudia Psicopedagogía, está casada, tiene dos hijos y está acostumbrada a que una y otra vez haya personas que le pregunten si realmente es una persona con autismo. 

“’No parecés autista’ (sic), ¿estás segura de que estás bien diagnosticada?’, ‘ah, entonces sos re inteligente’, ‘¿cómo podés hablar si los autistas no hablan?’”, ha escuchado Sheila de forma repetida, apuntó Infobae.

El diagnóstico llegó en la edad adulta, concretamente a los 28 años, cuando estaba en el camino de revisiones y pruebas al primero de sus hijos, que también tiene autismo.

Eso pasó luego de años de percibir los “signos de alerta” y de no amoldarse al estereotipo de autismo, el de un niño que no pronuncia palabra alguna.

Las señales de alerta

“De chiquita era muy de querer estar con mi mamá, no quería ir al jardín, no me interesaba estar con otros chicos. Usé mamadera y chupete hasta los seis años. Le pedía a mi mamá que me lo llevara a la salida y lo usaba a escondidas, porque yo sabía que los otros se iban a reír”, contó.

Cuando iba a la primaria, no tuvo interés en socializar. En su escuela era “la rara, la antisocial, la freak”. Ante al hipersensibilidad, Sheila recurrió al aislamiento como una forma de sobrevivir. 

“Había ruidos muy particulares que me molestaban a un nivel que me generaban odio hacia el que los emitía, por ejemplo, los ronquidos. O cuando alguien sorbía los mocos: no era asco, era el sonido. No podía ni siquiera tolerar el ruido que hace alguien cuando se come las uñas”, detalló.

Sus dos hijos viven con autismo, aunque en distintos grados. Uriel, el mayor, en grado 3, que es el más profundo y se ajusta al estereotipo; y Rafael con grado uno, que le permite comunicarse con palabras pero con algunas dificultades en el terreno social.

Ahora se ha convertido en una experta en el tema y forma parte de un colectivo de madres, padres y profesionales que exigen al Estado argentino que la discapacidad sea parte de la agenda pública. 

Diagnóstico tardío

Sheila recuerda que el hecho de haber tenido un diagnóstico tardío le acarreó un proceso de duelo.

“Al principio sentí enojo porque creo que si yo hubiera sido diagnosticada de chica habría tenido una mejor calidad de vida. Es que en mi adolescencia y mi juventud tuve muchas emociones que realmente me desbordaban. De haber sabido habría estado más contenida, mis padres hubieran tenido más herramientas para ayudarme”, aseguró. 

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