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Fotografía de Victor Santos donde alcanzamos a verlo parado con su brazo izquierdo junto a su cuerpo y con su mano derecha sostiene su bastón mientras mantiene su brazo derecho pegado a su cuerpo, tiene la cara viendo directo a la camara y tiene una pequeña sonrisa en el rostroFotografía de Victor Santos donde alcanzamos a verlo parado con su brazo izquierdo junto a su cuerpo y con su mano derecha sostiene su bastón mientras mantiene su brazo derecho pegado a su cuerpo, tiene la cara viendo directo a la camara y tiene una pequeña sonrisa en el rostro

La inclusión educativa en zonas rurales e indígenas, un pendiente sin resolver

“Lo que ellos necesitan es…, lo que ellos desean es…, el reclamo de ellos es…” se suele decir en contextos citadinos sin comprender lo que pasa en zonas indígenas y rurales donde si bien les va, hay una escuela, donde maestros multigrados hacen lo que pueden para atender a sus alumnos con discapacidad. Una realidad que es necesario ver.

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29 de mayo de 2020

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Conversa

Por Víctor Santos Catalán*

Por lo general, cuando se tocan temas educativos relacionados con la discapacidad en diferentes espacios constructivos, como foros, congresos, audiencias públicas, charlas formales e informales, y un largo etcétera, se observan dos lugares comunes desde donde se habla: la experiencia personal y el contexto urbano; perspectivas desde donde se expresan necesidades, reclamos, aspiraciones y propuestas de salida a algún problema.

En parte eso está bien, porque para la elaboración de leyes, reglamentos y programas de atención a la discapacidad, necesariamente, se debe partir de las condiciones reales de las personas que la viven; pero el problema en todo ello es que lo expresado en esos espacios es generalizado e impuesto con gran facilidad a las mayorías que no participan.

Con toda seguridad, las necesidades educativas de las poblaciones indígenas con discapacidad, o que viven en contextos rurales, son distintas a las que enfrentamos en las ciudades luminosas, ruidosas, saturadas e inaccesibles; y pese a que sabemos que no estamos en las mismas, tenemos el atrevimiento de afirmar:

“Lo que ellos necesitan es…, lo que ellos desean es…, el reclamo de ellos es…, y por eso, la propuesta para solucionarles su problema es…”

Y entonces, ¿cómo pensar en soluciones globales cuando los universos son tan distintos?; ¿cómo solicitar rampas cuando aún no se tiene la silla de ruedas o pavimento para rodarla?; ¿cómo hablar sobre tecnología adaptada sin haber energía eléctrica y computadoras?; ¿cómo pedir atención a la discapacidad donde las ideas a su alrededor son las de enfermedad, castigo o maldición?; ¿Cómo hacer que las ideas orales y escritas no se queden en los mismos de siempre y algunos más, sino que alcancen a la totalidad?

Estas preguntas que desde aquí pudieran tomarse impertinentes o irreales, por increíble que parezcan, en pleno 2020, forman parte de la vida diaria de nuestros hermanos y hermanas indígenas con discapacidad y de quienes viven en zonas rurales alejadas de los centros políticos y económicos, enseñándonos la multiplicidad de realidades que existen, tan complejas y distintas.

No es que a ellos y ellas les cobije la idea de recibir educación en la comunidad en la que viven, porque simplemente no hay escuelas en sus comunidades. Esos maestros especialistas en atención a la discapacidad que se desechan desde el etnocentrismo, quizá a ellos les sean vitales para entrar al Sistema Educativo, estar en él, aprender y egresar, pues, en el mejor de los casos tienen un maestro multigrado. Y además, sus traslados no es que sean en nuestros camiones inaccesibles o en el metro, sino a pie, en carros de redilas, caballos o burros y durante largas jornadas para bajar al centro. 

Quienes tienen mayores posibilidades, salen de sus comunidades para recibir educación; quienes no, viven condenados a la exclusión, la pobreza y la marginación. 

Los maestros de las zonas rurales e indígenas hacen lo posible por atender a todos los alumnos; niños, niñas y adolescentes cuyas barreras son el hambre, la pobreza, la carencia de servicios básicos, la enfermedad y el olvido. Años, sexenios y gobiernos pasan sin que la situación mejore, sin que se atienda a la población vulnerable. 

¿Qué hace un maestro cuándo la escuela donde trabaja carece de lo mínimo indispensable? ¿Qué hace cuando no cuenta con apoyos ni herramientas para dar respuesta a las necesidades de los alumnos y alumnas con discapacidad? ¿Qué hace cuándo en muchas comunidades las personas con discapacidad simplemente no asisten a la escuela? 

Hace lo que puede, como puede y con las pocas herramientas que tiene. 

El Estado y la Secretaría de Educación Pública no han saldado su deuda con los indígenas y campesinos con discapacidad; la formación de maestros para las zonas rurales e indígenas no incluye a la Educación Especial; todas las Escuelas Normales y otras instituciones formadoras de maestros deberían tomar en cuenta a las personas con discapacidad. 

Los retos por superar son tan grandes como complejos y diversos, no nada más en el tema educativo, sino en los de salud, trabajo, acceso a la información, vivienda, y en términos generales, lo que nombraríamos como materia de derechos humanos; tareas que fundamentalmente corresponde resolver al Estado y sus instituciones.

Pero sumado a eso, a la sociedad citadina con discapacidad, nos corresponde eludir el ferviente deseo de hablar por los demás, pues, mientras se toma la voz para pedir visibilidad y participación en el mundo, en automático nos convertimos en un nuevo verdugo de nuestros propios ‘condiscapaciteres’ (término con el que quiero decir congéneres con discapacidad), subalternizándolos aún más; lo que resulta aún peor, pues ya no sólo son ‘los otros’, sino entre nosotros: las personas con discapacidad. 

*Víctor Santos Catalán es Maestro en Desarrollo Educativo y Licenciado en Educación Especial, especialista en atención a ciegos y personas con baja visión. Es miembro del colectivo Educación Especial Hoy y una persona ciega. Contacto: [email protected] 


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