Opinión: Ciego en el súper
#EstáChidoSerIncluyente
6 de septiembre de 2019
Ilse Domínguez
Por Juventino Jiménez Martínez
Era un sabadito, de esos donde la cama no te suelta fácilmente, pero el ayuno después de las horas de sueño comienza a repelar haciendo ruidos en el estómago, exigiendo un buen desayuno.
Todavía algo adormilado, me dirigí directo al refrigerador para ver las opciones que tenía para saciar el hambre, palpé cada repisa y con decepción me percaté que los víveres se habían agotado. ¡Dios, no tenía opciones para desayunar!
He aquí el precio de la autonomía, las consecuencias de vivir solo. Resignado, me dispuse a salir de inmediato por algo de comer, así que raudo y veloz elaboré una lista en braille de la despensa que debía comprar. Una vez terminada, con bastón en mano, mochila al hombro y un morral por si me excedía en las compras, salí de casa y me dirigí a la estación Cerro de la Estrella de la línea 8 del Sistema de Transporte Colectivo Metro.
Al llegar a mi destino me dirigí a la salida y subí rápidamente las escaleras. Afuera, el caos no se hizo esperar; puestos ambulantes por doquier, vendedores gritando desenfrenados el clásico: ¡llévele, llévele, llévele, bara, bara!
Sobre la avenida, el cacharpo de los camiones y microbuses gritaba: “¡Súbale, súbale, sí hay lugares!”.
En un coro de voces desafinadas, sin dirección ni control alguno, brotó de algún lugar la frase: “¡Aguas, aguas!”. Esta frase sirve para alertar del peligro a las personas, pero cuando uno tiene una discapacidad visual, de poco sirve esta mera advertencia cuando es imposible deducir el incógnito peligro, hasta que colisionas o recibes unas cuantas “mentaditas” por tirar la mercancía del comercio informal.
Entre la multitud, obviamente alguien se percató de que ineludiblemente impactaría con su puesto de dulces; corrió hacia mí como una gacela acechada por un feroz felino y gritó: “¡Aguas”, a la vez que tiró fuertemente de mi brazo.
Enseguida preguntó: “¿Hacia dónde te diriges?”
Respondí: “Hacia la plaza donde está el Soriana”.
Fue entonces que aquella voz femenina posó sus manos en mi brazo derecho para conducirme entre aquel laberinto de comerciantes.
Me sentí un poco incómodo con los jaloneos a mi brazo, sin embargo, no podía esperar que aquella chica supiera que la forma correcta de apoyarme es poniendo mi mano sobre su hombro y de esta manera evitar que, en algún posible peligro, no sea yo el primero en impactarse contra algo.
Mientras me encaminaba al estacionamiento de la plaza, no pudo dejar de expresar: “¡Ustedes son admirables!”
– ¿Por qué?, le pregunté.
– Porque aunque están malitos de los ojos, tienen mucho valor para salir solos a las calles.
Al respecto, acerté a decirle que la discapacidad no es sinónimo de enfermedad y no debe ser ninguna limitante para desarrollarnos igual que cualquier persona. Nuestras condiciones de discapacidad física, sensorial, intelectual o psicosocial no son un impedimento para hacer infinidad de actividades. En realidad, es la sociedad la que nos excluye al ponernos barreras físicas y actitudinales, violentando nuestros derechos humanos.
– Bueno, aquí lo dejo, “ai” siga derechito, “nomás” tenga cuidado con los coches estacionados, no vaya a pegarse con ellos y los vaya a rayar.
Obediente, seguí derecho, derechito, encaminándome hacia la entrada de la tienda, esquivando vehículos estacionados y en movimiento, así como con un mar de obstáculos, puestos ahí para dificultar mi movilidad.
Una vez que llegué a la puerta del supermercado, siguió el siguiente reto. Amablemente me dirigí al guardia que custodiaba la entrada quien estupefacto me preguntó:
-¿Qué necesitas?
– Requiero de una persona de apoyo para realizar mis compras.
-¿Cómo? ¿Un apoyo? No comprendo.
– Pues eso, necesito alguien que me vaya guiando por la tienda para poder efectuar mis compras.
-Permíteme tantito. Central, central —dijo una y otra vez, a través de un radio, mientras repetía una serie de claves–. Sí, aquí hay un cieguito que necesita ayuda. Ya vienen a apoyarlo, por favor hágase a un lado para que no estorbe el acceso.
– ¿Hacia dónde me muevo?
– ¡Hacia allá!
– ¿Me podría indicar dónde es “allá”?
De malas el guardia tiró de mi brazo y me jaló hacia un extremo de la entrada: “Aquí espere”.
Transcurrieron 5, 10, 15, 20 minutos y no llegó el apoyo, entonces me dirigí hacia donde escuché el radio del guardia y pregunté si iban a mandar algún apoyo; no respondió. Escuché que volvió a repetir muchas claves acompañadas de las palabras.
– Aquí un discapacitado que requiere apoyo.
Del otro lado la voz solo dice, “Afirmativo”.
– Ya vienen ¡Espere ahí mismo!
El tiempo transcurrió y mis tripas se comían una a la otra. Al fin apareció una amable señorita, aunque un tanto nerviosa, porque se estaba enfrentando con lo desconocido.
-Me mandaron a apoyarlo. ¿Cómo lo puedo ayudar?
Esa pregunta es clave para brindarnos un adecuado servicio. Le expliqué que me permitiera colocar mi mano en su hombro y me guiara hacia las distintas áreas de la tienda para elegir los productos que le iría nombrando en el trayecto.
Y así empezó nuestro andar por los diferentes pasillos, rodeado de multitud de aromas: el jabón, limpiadores, verduras, frutas, embutidos y hasta el exquisito olor a pan.
El carrito del súper se iba llenando con la respectiva despensa, mientras era empujado por aquella dulce señorita y el ciego tomado de su hombro susurrándole el nombre de cada producto.
Ella me acercaba los diferentes artículos que le iba solicitando, para poderlos palpar y elegir el que fuera de mi agrado.
Concluimos exitosamente el proceso de elección de mercancía y me sentía como si estuviera en una tienda de primer mundo, incluso hasta olvidé el tiempo de espera inicial.
Llegamos al área de cajas para realizar el respectivo pago. Mi gentil guía de compras se había sensibilizado tanto que una vez pagada la mercancía, se ofreció a llevarme hasta la entrada del Metro. Le argumenté que no era necesario, que ya conocía el camino y agradecía su valioso apoyo, el cual hizo posible hacer mis compras al igual que cualquier otro cliente.
En esta interacción se dio un proceso de convivencia y concientización porque pudimos charlar sobre las dificultades que enfrenta una persona ciega al ir a este tipo de tiendas de autoservicio. Ella comentó que nunca había tratado a una persona con discapacidad visual y este ejercicio le permitió vivir una experiencia distinta.
Nos despedimos y espero encontrarla en alguna otra visita. Había logrado realizar la compra de mi despensa y ya tenía insumos para ir a cocinar y por fin desayunar.
En definitiva, las personas con discapacidad nos enfrentamos a una diversidad de barreras físicas y actitudinales que nos pone la sociedad en nuestra vida diaria, sin embargo, ello no nos impide realizar tareas tan básicas como ir de compras a un supermercado o a un centro comercial.
La recomendación para los propietarios de tiendas de autoservicio es la capacitación de todo su personal, incluidos los guardias, para lograr una adecuada atención de clientes con discapacidad. Nosotros también somos potenciales consumidores y contribuimos a la economía nacional.
Y ya saben que #EstáChidoSerIncluyente.