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Fotografía a blanco y negro, formada por líneas del rostro de Alma Fernández, una mujer joven de rostro ovalado y ojos grandes que utiliza anteojos; aparece con cabello ondulado, suelto y tiene el rostro ligeramente recargado en su mano izquierda, lleva puesto un anillo en su dedo índice y una pulsera de cadena en la muñeca, trae puesta una chamarra de mezclilla, sonríe levemente frente a la cámara de forma.Fotografía a blanco y negro, formada por líneas del rostro de Alma Fernández, una mujer joven de rostro ovalado y ojos grandes que utiliza anteojos; aparece con cabello ondulado, suelto y tiene el rostro ligeramente recargado en su mano izquierda, lleva puesto un anillo en su dedo índice y una pulsera de cadena en la muñeca, trae puesta una chamarra de mezclilla, sonríe levemente frente a la cámara de forma.

Museos para todos y todas

La accesibilidad no es una condición que aplique solo a los espacios físicos; las personas también debemos hacer un cambio y mostrar apertura hacia los demás, hacia sus derechos, al disfrute que representa para jóvenes con discapacidad intelectual acudir a un museo y vivir una experiencia significativa.

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18 de agosto de 2021

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Redacción Yo También

Por Alma Fernández*

Soy pedagoga, tenía un plan perfectamente diseñado para vivir mi profesión: “Trabajar en un museo”, la vida y sus vueltas me llevaron a este año cumplir 13 de mi primer acercamiento con la discapacidad intelectual, me descubrí en ella, me realicé y soy genuinamente una persona y profesionista feliz; pensarían que mi sueño del museo se terminó, no fue así, con nuevos replanteamientos y un deseo ferviente de no renunciar a lo que tanto me gusta y a este camino de vida que me encontró, convertí mi plan perfecto en uno todavía más:

Llevar al disfrute y aprendizaje que te proporciona un museo a los y las jóvenes con discapacidad intelectual con los que trabajaba.

La historia con mi sueño no ha cambiado mucho desde que inició, he tenido grandes satisfacciones que lastimosamente todavía no son la constante, no precisamente por lo que no hago, sino por todas esas barreras que me he encontrado al paso que convierten mi sueño en una pesadilla en muchas ocasiones: llamadas incesantes a museos para concertar una visita guiada donde todo marcha bien hasta que menciono que el grupo que asistirá es de jóvenes con discapacidad intelectual.

Respuestas muchas: “Nunca hemos recibido visitantes con esas necesidades” (¡eso es mentira!, sucede que no se les mira), “No contamos con personal adecuado para atenderlos”, “Necesita mandarnos una carta explicándonos las características de los visitantes”, “Le damos el horario pero no guía”, “No tenemos fecha disponible”.

Y sí, todo lo que me han pedido lo he hecho, porque asumo mi responsabilidad de acabar con tanta ignorancia sensibilizando e informando, porque me he comprado el paquete completo de poner de mi parte para que el día de mañana cualquier persona con discapacidad goce de su derecho a recrearse y aprender en espacios dignos y a ser atendida por personas que no vean en la discapacidad un impedimento sino un reto personal de hacer mejor su trabajo.

Comprendo la “accesibilidad” como una cualidad que permite a todos, sin excepción, el alcance de un objeto, un servicio, un aprendizaje y por tanto, el entendimiento, la integración y la interacción, los museos se han esforzado mucho por brindar elementos de accesibilidad física a sus espacios, sin embargo, el día que me topé con un guía de visita al que ofrecí hablarle de la discapacidad intelectual para que su guía fuera incluyente, y me contestó: “No lo encuentro necesario porque no son los más que nos visitan”, me di cuenta de algo:

No nos falta mucho, nos falta todo.

Estos años en los que me he topado con la pared de la burocracia para acceder a un servicio dentro de un museo y con el desconocimiento total sobre temas de discapacidad intelectual como condición humana, mi reflexión se ha centrado en un concepto que debería ser eje rector de las personas que laboran dentro de estos espacios destinados a recrear nuestros sentidos, la “fruición”, entendiendo ésta como: “la dicha y placer de alcanzar un objetivo”, porque lo cierto es que un factor común en todas esas personas que dentro de un museo vieron en mis jóvenes con discapacidad intelectual una oportunidad de aprendizaje personal.

Era esa necesidad de transmitir el placer profundo que ellos experimentan al hablar de arte y el reto de encontrar una forma de acercar a todo el mundo a esa sensación, y aprendí que cuando una persona siente, vive y ama lo que hace, siempre encuentra el cómo.

Al día de hoy, lo sigo intentando, comprendo que el camino a la “accesibilidad” también comienza con la actitud, con querer impactarnos a todos con la belleza de entrar a un museo y convertir esa experiencia en algo significativo, agradezco a quienes se han permitido aprender de nosotros, de nosotras, y que hoy muestran apertura a recibir a cualquier grupo o persona con discapacidad intelectual.

Me emociona ver el cambio; segura estoy que en el camino me encontraré con directores, guías y personal en general dentro de estos espacios que me compré la idea de un “Museo para todos y todas”.

*Alma Fernández Crispín es licenciada en Pedagogía y Orientadora Familiar por la UNAM- FES Acatlán. Desde 2008 trabaja con personas, jóvenes y adultas, en condición de discapacidad intelectual y sus familias en programas de vida independiente que buscan su inclusión social y la mejora en su calidad de vida. Ha ocupado cargos de Coordinación de Actividades Recreativas y Socioculturales. Actualmente es coordinadora de Vinculación Institucional en el Centro de Capacitación para la Vida Independiente, CCAVI A.C. Correo: [email protected]