Opinión: Por qué etiqueto a mi hijo con autismo (y los resultados que he obtenido)

Pedro tiene autismo y lleva la etiqueta que yo misma le puse en el pecho, bien cerca de tus ojos y de su corazón. Que la gente lo sepa, en mi experiencia, ha creado buenos cambios.

Pedro tiene autismo y lleva la etiqueta que yo misma le puse en el pecho, bien cerca de tus ojos y de su corazón. Que la gente lo sepa, en mi experiencia, ha creado buenos cambios. 

Por Laura Gutiérrez

Pedro, mi hijo menor, ¡es un sol! Tiene unos ojos profundos, una sonrisa sincera y también, tiene autismo.

Pero, ¿por qué te digo esto? ¿Por qué yo, su mamá, soy la primera en ponerle una etiqueta? Literalmente: le pongo un botón que dice: “Hola, soy Pedro y tengo autismo”. ¿Por qué marco la diferencia y hago hincapié en este tema así, de entrada?

Ahí te va… Un niño o joven con autismo, por lo general, no tiene en su rostro “el anuncio” de tener una discapacidad. Actúan e interactúan de una manera diferente, peculiar, propia. Resulta imposible no llamar la atención de quienes los rodean, de quien los mira con cara de extrañeza normalmente juzgando y en algunas (pocas) ocasiones tratando de entender qué pasa en aquella cabeza. ¿Por qué me mira distinto?, ¿por qué a veces me habla sin sentido?, ¿qué “locura” atrapó a esa mente o simplemente dónde están los papás “irresponsables” de este niño que no pueden controlar su rabieta?

Decidí que tenía que ponerle una etiqueta, sí, ¡y que todo el mundo la viera! Que le diera la respuesta inmediata al por qué no actuaba como ellos esperaban.

Algo que con una simple mirada, dijera “Hey, no pasa nada, soy un poco distinto y eso está bien”. Algo que les quitara el miedo, que diera la bienvenida a quienes estaban a su lado, que les dijera a través del botón “¡Soy feliz y disfruto la aventura de vivir igual que tu, a mi manera!”

Entonces, en mi carácter de diseñadora retirada, decidí empezar la labor de hacer unos botones simples, que presentaran de otra manera a Pedro con el mundo. Con el mesero, la cajera del súper, con la señora que me mira con extrañeza en la fila del cine, de su hijo que le pregunta qué tiene ese niño que se sentó a mi lado a ver la película.

Llegó el gran día, muy apropiado. Tocaba ir al aeropuerto y decidimos estrenar el botón con algo de miedo.

Lo pusimos en su camisa, con una gran sonrisa. Nunca olvidaré ese día. Para mí fue el principio de un Pedro independiente.

En el restaurante, el mesero lo vió y su mirada, sin querer, lo llevó a leer lo que decía el botón. Sonrío y pacientemente esperó a que Pedro decidiera su desayuno. 

Siguiente parada: la tiendita para comprar las revistas para el vuelo. El dependiente se acercó, lo miró y sonrío, le ofreció una silla. Comenzó a preguntarle cosas y a interesarse en su vida, esperó con calma la respuesta (monosílaba y sin contacto visual por supuesto), ¡y se despidió con total normalidad! 

Y así un montón de historias divertidas… ¡increíbles! Como el día en que, estoy segura, nos libramos de un mal rato cuando Pedro decidió que una mujer que vestía con burka era un fantasma, sólo que en color negro, y se paró frente a ella para saludarla diciéndole “¡Buuuu!”. 

¿Qué pasó? ¿Por qué la gente de pronto parecía ser empática? El trato y la expresión de la gente era diferente. Quizá ese botón da un pedazo de información necesaria, de buena manera, amable, que hace que las personas dejen de tener miedo en sus caras.

A partir de ese día, Pedro usa su botón siempre, para él ahora resulta un símbolo de seguridad. Y lo señala a veces porque sabe que ayuda a que el mundo entienda su condición. Aunque al principio no sabía bien lo que ese botón decía, tenía claro que le había abierto muchas puertas, le había ayudado a acercarse a la gente, a recibir sonrisas en vez de caras con ojos saltones y ceños fruncidos.

No te puedo decir que es magia. No toda la gente recibe la idea de convivir con el autismo de igual manera, pero vamos acercándonos a una sociedad interesada en el cambio, que está modificando la visión sobre la discapacidad a una versión de trato natural, sin tantas vueltas, ¡cómo debe ser!

Así que sí, prefiero llamar a cada cosa por su nombre. Pedro tiene autismo, así de simple, y lleva la etiqueta que yo misma le puse en el pecho, bien cerca de tus ojos y de su corazón. Que la gente lo sepa, en mi experiencia, ha creado buenos cambios. 

A mí me funcionó. Si quieres, ¡inténtalo! Aquí un diseño descargable que hice y puedes personalizar: da clic aquí

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