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Accesibilidad hospitalaria o de cómo los hospitales se vuelven “espacios hostiles”

La mayoría de los hospitales y clínicas en el país funcionan sin cumplir las normas oficiales establecidas respecto a la accesibilidad para pacientes con discapacidad o personas adultas mayores.

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12 de diciembre de 2022

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Redacción Yo También

“La accesibilidad universal es aquella condición que deben cumplir los entornos, procesos, bienes, productos y servicios, así como los objetos o instrumentos, herramientas y dispositivos, para ser comprensibles, utilizables y practicables por todas las personas en condiciones de seguridad, comodidad y de la forma más autónoma y natural posible”, indica la definición del Observatorio de accesibilidad y vida independiente, en Madrid.

Por lo tanto, la accesibilidad contempla el diseño arquitectónico urbano y de edificios, la movilidad y el transporte, la comunicación y la señalética y, por supuesto los servicios, para poder atender un universo de personas con diversidad de condiciones físicas y cognitivas.

Pero toma mayor relevancia si hablamos del sistema de salud, ya que es la accesibilidad el primer derecho que garantiza que un usuario llegue al lugar donde podrá recibir el servicio que sustente su vida y su bienestar.

Normativa en hospitales y centros médicos

Una Norma Oficial Mexicana (NOM) es una “Regulación técnica de observancia obligatoria” que, en el caso de ser sanitaria, se sustenta en la Ley General de salud, en la Ley Federal de Metrología y Normalización, en la Ley Orgánica de la Administración pública Federal y en el reglamento de la Secretaría de salud. No son recomendaciones, manuales, modas o tendencias. Se trata de un conjunto de regulaciones que ameritan una sanción por incumplimiento, así sea en el sector público o privado.

Por esta ocasión me centraré en la NOM-030-SSA3-2013, que define las características mínimas arquitectónicas para el acceso, tránsito y permanencia de personas con discapacidad dentro de la atención médica ambulatoria y hospitalaria de nuestro sistema nacional de salud.

Entre ellas, considera las rutas accesibles desde la entrada hasta el lugar en el que recibirá el servicio. Especifica también los alrededores de los hospitales o clínicas, como lo es el equipamiento urbano que permita a los usuarios llegar hasta su clínica. Por ejemplo, las banquetas deben contar con rampas, ubicadas en cruces peatonales y respetar las pendientes especificadas.

De los estacionamientos, la norma dice que se debe reservar al menos el 4 por ciento del total de cajones de estacionamiento como cajones para personas con discapacidad.

El artículo 5.8 de dicha normativa dice que, “Los establecimientos para la atención médica ambulatoria y hospitalaria, que cuenten con dos o más pisos, deben tener escaleras, además de rampas y elementos mecánicos destinados a posibilitar la circulación vertical de las personas con discapacidad.”

Otro aspecto sumamente importante es la señalética. Esta debe responder a una diversidad de condiciones, por lo que se recomienda que sea a base de pictogramas, lectura fácil y que cuente con escritura en braille que indique las rutas de acceso, de servicios y de evacuación.

En cuanto a seguridad, deben existir alertas audibles y visibles, además de rutas de evacuación debidamente señalizadas. Los ascensores deben estar vinculados a otros medios de acceso como son escaleras y rampas. Y las puertas de salida del edificio deben abrir hacia afuera con manijas tipo palancas.

En cuanto a los baños, la norma indica el cumplimiento de al menos un baño, un lavabo y un mingitorio para personas con discapacidad. Especificando la altura, los materiales y orientación. Contar con barras de apoyo y con una alerta de seguridad conectada a la central de enfermería.

Sin embargo, la realidad tiene otros datos

Ni estacionamiento, ni suelo parejo, ni trámites accesibles, ni transporte público, ni cruces peatonales. Y, además, los cambios en los protocolos por la pandemia vinieron a dificultar aún más el acceso a los hospitales.

A la clínica que acudo, durante semanas a los pacientes que reciben tratamientos en el segundo piso los estuvieron desviando por la ruta más larga, puesto que la parte más accesible se volvió el sitio para realizar pruebas Covid. Sin tomarse el tiempo de buscar alternativas que cubrieran las necesidades de todos. Simplemente, la dificultad se transfirió a los pacientes y muchos de ellos en situación de discapacidad y/o adultos mayores.

Los alrededores de las clínicas tampoco cubren con los requisitos de la normativa. Por un costado de una de las clínicas, la prácticamente inexistente banqueta, está cubierta de vidrios rotos y sin iluminación adecuada, lo que incrementa la dificultad y la inseguridad para transitarla. Sin embargo, por ese acceso se deriva a todas las personas que acuden en la noche o en fin de semana.

Las banquetas de las calles adyacentes a las clínicas están en peores condiciones. Si bien no son parte de la clínica, al no existir un estacionamiento apropiado para usuarios del servicio médico. Todas esas calles se vuelven parte del entorno del hospital.

En la mayoría de los casos no existen cruces peatonales y si existen, muchos no cubren las medidas normativas, no hay agentes de vialidad y, en el caso de los puentes, muchos de ellos no respetan tampoco las pendientes que dicta la norma.

Todo lo anterior se complica en tiempos de lluvia. Tenemos calles intransitables para llegar a los centros de salud. Durante las últimas lluvias, los guardias de la Clínica 46 IMSS improvisaron con una tarima de madera tipo Pellet, de esas que tienen un listón de madera y luego un espacio vacío, para que los peatones pudiéramos cruzar la calle y alcanzar la banqueta. Por ahí pasamos todos, incluso adultos mayores, con el riesgo de caer.

Para concluir, el entorno externo del hospital representa toda una carrera de obstáculos para los usuarios y muchos son adultos mayores que acuden solos. Y no, la solución no es que deban ser acompañados, porque la accesibilidad trata de autonomía.

Ahora vayamos al interior de la clínica. Y dejaré para otra ocasión la señalética y otros servicios y me centraré en la movilidad. Empecemos por la entrada, que ocasionalmente es utilizada como carga y descarga de materiales, impidiendo a los pacientes bajar o subir de sus autos y obstaculizando la llegada de las ambulancias.

Por otro lado, debido a que los hospitales fueron construidos hace varios años, la mayoría no cuenta con el número de elevadores, ni el tamaño adecuado para el tránsito de pacientes en camilla. Incluso, no en pocas ocasiones, me ha tocado que los únicos dos elevadores de la clínica a la que asisto estén fuera de servicio, impidiendo que los pacientes lleguen a sus quimioterapias o a sus hemodiálisis, lo cual no es cosa menor, ya que son tratamientos que sustentan su vida. Y qué decir de los pacientes que lograron subir antes de que el elevador dejara de funcionar. Muchos esperan horas para poder bajar. Sin embargo, en el más reciente evento, el elevador quedó sin servicio más de 3 días. Entonces, hay pacientes a los que toca bajarlos en peso por las escaleras, arriesgando su integridad y la de las personas que deben cargarlas.

No quiero imaginar qué pasaría en caso de un siniestro, basta con recordar la tragedia de la Guardería ABC. Y uno se pregunta: ¿Dónde está protección civil para exigir que se realicen las adecuaciones arquitectónicas necesarias como lo dicta la Normativa? O la COFEPRIS que, dentro de sus verificaciones sanitarias, debería inspeccionar minuciosamente las instalaciones, incluyendo el diseño arquitectónico y los lineamientos de protección civil.

En conclusión

Hablar de accesibilidad hospitalaria, implica en primera instancia hablar del derecho a la salud decretado en la Constitución y, posteriormente, en el marco regulatorio que proporciona la Ley general de salud.

Sin embargo, como dice mi compañera Jocelyn Valenzuela, experta en el tema, los hospitales se vuelven “Espacios hostiles” para los usuarios, debido a la falta de observancia de dicho marco regulatorio. Tanto en hospitales privados como públicos.

Y deseo aclarar que la queja no es con el personal médico, enfermeros, trabajadores sociales e incluso con los guardias de seguridad. Salvo contadas excepciones, de todos ellos he encontrado un trato amable y competente. Especialmente del área de ambulancias que nos han atendido con increíble calidez.

Pero ¿qué pueden ellos hacer ante la falta de medicamentos, de insumos, de equipamiento, ante los cortes de luz, ante la falta de un entorno seguro y accesible para sus pacientes? Incluso ante los trámites que los ata de manos para proporcionar el servicio que ellos quisieran. Porque no creo que exista algún doctor o enfermero que no desee que su paciente se cure.

Y mientras eso pasa, el presupuesto de salud cada año se recorta más y para colmo, lo presupuestado en salud no se ejerce. Porque según datos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, este año terminaremos con subejercicio en salud, lo cual impacta en las vacunas, servicios y medicamentos.

Razón por la cual, desde este espacio quiero recordarle al gobierno federal que la inversión al Seguro Social es aportación tripartita: empleado, empresario y gobierno. Y la aportación del gobierno llega de la recaudación de impuestos (otra vez, de empleados y empresarios). Por lo tanto, exigimos mayor presupuesto que garantice el acceso a la salud para todos los mexicanos.  De igual forma, recordarles a los gobiernos estatales y municipales su corresponsabilidad con la accesibilidad externa a los hospitales.

Porque sí, tenemos todo el derecho a exigir un sistema de salud, no sé si como el de Dinamarca, pero sí el de un México que cada día sale a trabajar en esta bendita tierra y que ha soportado gobiernos saqueadores, incompetentes y, ahora, hasta indolentes.

Por Silvia Romero*

*Silvia Romero Adame es mamá de un joven de 21 años dentro del espectro autista.  También es activista, escritora, ganadora del Premio Estatal de Periodismo 2019 y 2020 por la revista Metrópolis en la categoría de «Mejor artículo», en ambos casos con temas de inclusión.