La experiencia más difícil cuando adquirí la discapacidad como consecuencia de una lesión en la médula espinal fue darme cuenta que mi vida sexual había cambiado, que había perdido la sensibilidad en los genitales, que nunca más volvería a sentir un orgasmo, que no controlaría esfínteres y que había quedado totalmente flácida de la vagina.
Todo eso impactaría directamente a mi pareja y a mi relación de pareja.
La primera vez que intentamos tener sexo de nuevo fue impactante para ambos, porque no sentí cuando me penetró y para él no tenía sentido estar ahí sin que yo sintiera nada.
Nadie nos preparó para eso y fue muy difícil reponernos y reintentar una nueva vida sexual.
Después de muchas discusiones, terminé por salirme de la casa ante sus constantes evasivas para tener intimidad. No era falta de amor, era simplemente algo que no podía asimilar.
Regresé a casa con la condición de que fuera a terapia y, después de mucho batallar, se fue acostumbrando a mi nuevo cuerpo y a otras expresiones de pasión.
Ese, sin duda, ha sido mi mayor reto viviendo con discapacidad.
Por Roxana Pacheco Martínez
52 años, casada, parapléjica desde hace 14 años.
Te interesa: