Wabi Sabi

Encontrar la perfección a partir de la imperfección, encontrar la belleza en lo imperfecto. Este concepto japonés es la mejor metáfora para las y los atletas que hoy no deberían sorprendernos con sus resultados desde los Paralímpicos de Tokyo.

Por Bárbara Anderson

En la madrugada del martes, Arnulfo Castorena besaba la medalla de oro que acababa de ganar tras superar a sus rivales nadando los 50 metros pecho varonil. Lloraba. Luego supimos de su vida durísima en Guadalajara, de los días en que tenía que elegir entre comer o pagar la cuota de la alberca. Y elegía el agua. 

Hay una corriente de pensamiento justamente en Japón que vino a mi mente apenas logré quitar los nudos de mi garganta al ver a Arnulfo: el wabi sabi, la perfección de la imperfección. 

Lo explicaron en la apertura de los Juegos Paralímpicos, con la niña y su avión con una sola ala que aún así podía volar, porque en el wabi sabi improvisas y encuentras como lograr la perfección desde la imperfección. 

Arnulfo era como esa niña del avión de utilería. 

El wabi sabi está también vinculado a una técnica japonesa que celebra los defectos: el kintsugi, donde se reparan objetos rotos rellenando las grietas con resina y oro para que, en vez de ocultar los defectos, se celebre la imperfección y la fragilidad. Esta técnica es una metáfora de la capacidad de sobrevivir, de recuperarse y de hacerse más fuerte ahí donde parece menos perfecto. 

Comencé a leer mucho acerca de esta filosofía y una de sus primeras máximas es que la vida es bella a pesar de sus errores; errores en forma de enfermedades, de discapacidades, de catástrofes, de injusticias, de adversidades. 

Porque con todo, la vida es bella. Sí, con consecuencias incómodas de vivir, pero si nos enfocamos en los errores o los infortunios nos estaremos perdiendo grandes oportunidades para disfrutar de una vida intensa y llena de momentos inolvidables. 

Y en estos Juegos Paralímpicos vimos a personas increíbles llorar, gritar, vibrar por sus méritos deportivos, por su destreza en cada disciplina, por su técnica, por su talento.  

Y en ellos hay que enfocarse y en nada más. Porque otra de las recomendaciones wabi sabi es adoptar una mirada amable. Y me encantó ese concepto tan simple y tan lejano hoy en el mundo de las redes sociales, de los filtros y de la vida perfecta de perfectos influenciadores de ¿vidas perfectas? 

Una mirada amable es aquella que permite observar algo o alguien sin juzgar y sin emitir juicios de valor. “Las personas con discapacidad ganan más medallas porque hay más categorías por disciplina”, escuché decir a un colega de deportes en la radio. 

Una mirada amable -que no es ni buena ni mala, sino natural- no hubiera permitido soltar esa frase. Las medallas ganadas son un triunfo en sí mismo, sin necesidad de compararlas con ninguna otra competencia o deportista. 

Una mirada amable es una mirada abierta, libre de prejuicios que explora lo que tiene delante con la curiosidad de un niño. ¿Cómo entrena un jugador de tenis de mesa egipcio que usa su paleta en la boca y tira las pelotas con su pie? 

Wabi sabi también es el arte de poner en contexto, de verlo todo con una nueva perspectiva fiel a la realidad sabiendo que la vida cambia según donde ocurre y lo que la rodea. 

¿Cuánto sabemos del bullying que sufrió Naomi Somellera en su escuela en Tabasco solo por tener talla baja? ¿Cuánto de ese entorno hostil la llevaba más y más horas a estar en la alberca lejos de los ojos juzgadores mejorando su estilo y sus tiempos? 

Gaman es otra palabra japonesa relacionada con esta filosofía, y que se usa para describir la determinación necesaria para afrontar los obstáculos de la vida, para persistir a desafíos que parecen insuperables. El “espíritu gaman” es el de las naranjas carpas koi y cada primavera las familias japonesas ondean banderas en forma de este pez que (como el salmón) nada contracorriente con la meta de encontrar una gran cascada y convertirse en dragón. Las carpas representan la voluntad, la paciencia, el valor y la capacidad de cada uno en conseguir sus metas. “Lo que parece insoportable deja de serlo cuando nos sentimos capaces, ilusionados y con un objetivo”.

Esta leyenda vino a mi mente cuando ví la mirada cansada pero plena de Jesús Hernández, apoyando su cabeza en la cinta del carril de nado al terminar su carrera de 150 m individual combinados y que le valió una medalla de oro y un coqueto ramo de flores. 

Wabi sabi es una corriente que impulsa la inclusión: “ser diferente, lejos de ser un problema debe ser una virtud. Todos somos seres únicos nacidos para ser reales, no para ser perfectos; nacidos para vivir, no para limitarnos a sobrevivir”, reza otra de sus máximas.

La diferencia siempre es bella. 

Wabi sabi, es respeto a la diversidad y a la inclusión y recomienda aceptar a los demás, acercarnos si lo deseamos, o alejarnos si lo preferimos, pero siempre desde el respeto. 

Adoptar esta filosofía es mirar de manera diferente la imperfección de todo: la mía, la tuya, la de los demás. 

Somos las personas perfectas para un mundo imperfecto y no al revés. 

Una mirada amable a las y los 60 deportistas mexicanos que este fin de semana se despiden de Tokyo 2020 es una enorme oportunidad para abrazar las diferencias y para encontrar esos efectos poderosamente positivos que trae la imperfección. 

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