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Bárbara Anderson abrazando a su hijo Lucca.Bárbara Anderson abrazando a su hijo Lucca.

Nos unen muchos hilos

Yo también se sostiene como una red de apoyos de personas que vivimos la discapacidad bajo nuestro techo y eso nos convierte en una redacción resiliente, empática y muy humana.

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8 de marzo de 2023

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Bárbara Anderson

De fijo, somos un equipo de siete mujeres y dos hombres los que cada día llenamos de contenido a Yo También: Débora, Marisol, Cynthia, Diana, Katia, su servilleta junto a Rafael y Celso. Colaboran cada día con artículos, reportajes y notas cinco periodistas freelance de casa que son cuatro mujeres y un hombre: Ivett, Itzel, Karina, Alejandra y Carlos. 

Es de los mejores espacios para trabajar en los que he estado, no solo por el reto que significa crear un nicho de noticias muy delimitado y poco explorado como es el de la discapacidad, sino porque tras bambalinas cada día se activan mecanismos invisibles de apoyo mutuo que ya quisieran muchos grandes corporativos tener como buenas prácticas de recursos humanos. 

Y hay un factor detonante también: la discapacidad en nuestras propias vidas. 

De alguna manera todos estamos ‘tocados’ por alguna condición, somos casas con discapacidad, hogares donde el tema es tan preponderante que ‘cuando algo pasa’, en automático -cual glóbulos blancos ante una herida- todas salimos a desfogar lo que sea necesario. 

En casi cuatro años de vida de Yo También, si bien una está enfocada en la edición diaria, en la efeméride de mañana, cuando miro para atrás veo todo lo que ha cambiado en mi vida mientras estaba empujando la piedrita del día a día. 

Cuando una mañana no puedo entrar a una junta de estatus en línea porque tengo a mi hijo Lucca con vómitos o volando de fiebre por alguna infección (que son recurrentes en alguien con poca movilidad como quienes tienen parálisis cerebral), inmediatamente la prioridad es cubrirme y el resto toma mis pendientes y siguen al pendiente de mi situación. Primero Lucca, primero la mamá de Lucca y luego lo demás. 

Cuando Marisol tiene alguna descompensación en su sistema inmunológico a causa de su trasplante de riñón de hace un par de años, en un solo mensaje de Whatsapp Débora ya se puso sus zapatos (los de Marisol) y sigue empujando la carreta del sitio con lo propio y lo de Marisol. Diana es la dueña del mundo digital de Yo También y vive con una enfermedad rara (síndrome de Marfan) y supo entrenar a Rafael para que ante cualquier eventualidad que le genera su condición, nada del andamiaje del sitio se mueva ni se atrase. 

Katia, con su hijo Alan, un adolescente con síndrome de Down, sabe que puede contar con toda la banda y no cargar con ninguna preocupación si es necesario estar en las extensas reuniones escolares de inclusión. 

Cynthia lleva los colores y el diseño de todo el sitio, es una mujer con una energía y creatividad enormes como es su compromiso con Leo, su hijo (dueño de los mejores caireles de la comarca) que vive dentro del espectro autista. Si hubo que internarlo por una infección que no cedía, nadie de nuestros lectores lo notó, porque nos apañamos en la trastienda para que el local se siga viendo ‘como si aquí no ha pasado nada’.

No seríamos un sitio tan genuino si no fuéramos tan ‘comadres’ en la chamba, si no entendiéramos perfectamente lo que tarda un estudio o lo que pesa en la productividad el haber pasado una o varias malas noches. 

No tenemos un Manual de Operaciones, no tenemos un Código, ni un Documento de Gestión Interna: tenemos mucho más que eso, tenemos los mismos dolores, los mismos cansancios y las mismas angustias.

Nos entendemos con solo leer una línea, nos leemos con un solo audio, nos cubrimos ante la primera ventisca. 

Tal vez, como decía Jorge Luis Borges, ‘no nos une el amor/sino el espanto’, no lo sé. 

Pero lo que es invaluable de este sitio/tribu que hemos armado es que somos como una madeja devanada con estambres de distintos colores, que no cambia de forma cuando uno de los hilos no está, que no pierde color cuando una de las hebras está deslucida y que sigue dando material para tejer cada día sin importar las razones. 

Podemos con todas las letras llamarnos ‘un medio femenino’, pero eso no sería suficiente para entender cómo funcionamos.

Creo que mi vida como mamá de un preadolescente con discapacidad no sería la misma sino estuviera en el útero de un medio como Yo también. 

No tener que explicar mucho (porque nunca hay tiempo), no tener que pedir favores (porque es un verbo que las mujeres nunca aprendimos a conjugar) y no tener que pedir perdón (porque es lo que hacemos todo el tiempo en todo el resto de los espacios que conforman la vida) es un valor difícil de cuantificar e imposible de prescindir. 

No existen organizaciones empáticas, existen personas empáticas que se juntan y hacen organizaciones. 

Por Bárbara Anderson

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