¡Voltéame a ver, que yo también soy mujer!

La consigna de las mujeres con discapacidad que en el 8M estremeció y sacudió conciencias y, también, renueva la esperanza para que, ahora sí, ese colectivo sea incluido y viva con plenitud sus derechos.

Esta fue una de las consignas más fuertes que gritaban los distintos contingentes de mujeres con discapacidad que este 8 de marzo fueron parte de esa gota de tinta morada que pintó los ríos de las ciudades mexicanas y colmó ese mar llamado Zócalo donde gritaron frente a placas de metal mudas.

¡Mujeres con discapacidad presentes! Gritaban quienes podían con su garganta o desde cartulinas quienes no podían gritar. Gritaron, cantaron, marcharon y representaron a un colectivo que no puede en su totalidad moverse por las calles como el resto de mujeres cada 8 de marzo. No pueden salir porque son violentadas en sus hogares, en la escuela, en la chamba (si son de las pocas privilegiadas en conseguir un trabajo). 

No pueden salir porque creamos ciudades pensadas para la normalidad, para lo estándar, para quienes no reparan en ninguna barrera física para marchar: el Metro, el camión, la combi, el taxi, la banqueta, la calle, un baño de emergencia, nada está exento de ‘no’, ‘no es para ti’. 

A diferencia de otras marchas, la de esta semana (récord en convocatoria y ejemplar en civismo y respeto por parte de las manifestantes) tuvo una mayor presencia de mujeres con discapacidad, de madres de niñas con discapacidad, de hermanas de jóvenes con discapacidad, de niñas con abuelas con discapacidad. Porque, otra vez, todos estamos a menos de un brazo de distancia de esta condición. 

Porque el grito por la no violencia encierra la llave para abrir otras celdas igual de dificiles de ver y medir como la depresión de una madre por haber perdido una hija, el daño en la salud mental de los niños y niñas huérfanas por un feminicidio, el estrés postraumático de haber sido víctima de acoso, de discriminación, de un ataque sexual.

Estas condiciones también son discapacitantes y tan invisibles como las más de 22 millones de mexicanas que viven con alguna condición de vida que las discapacita o las limita.

Porque 7 de cada 10 mujeres mayores de 15 años con alguna discapacidad ha sido víctima de violencia, porque la casa misma o la escuela -que deberían ser lugares seguros- son los principales escenarios donde son violentadas. 

Ayer una niña de 9 años le pidió a su familia ir a la marcha porque vive angustiada pensando que algún día su mamá no regrese a su casa. En su inocencia ella es más consciente que muchos funcionarios, porque vive en un país donde hay 10 feminicidios al día, donde hay 7 hogares donde efectivamente cada día una mamá no regresará.

En Oaxaca un grupo de madres con discapacidad se reunió a dar una charla sobre ‘maternidad sin barreras’ y una de ellas, dijo que estaba cansada que cuando la veían con su hijo le preguntaran primero “¡como se te ocurrió tener un hijo!” y luego insistían con “¿y quién los cuida a ustedes?, son como dos bebés”. 

¡Voltéame a ver, que yo también soy mujer! Gritaron por esta oaxaqueña decenas de mujeres en el Zócalo de la CdMX. 

¡Voltéame a ver, que yo también soy mujer! Gritaron desde sus sillas de ruedas en Guanajuato por todas las mujeres a las que se las desvaloriza por su condición, a las que el machismo les pega doble y donde no pueden soñar con su futuro, porque está estadísticamente comprobado que 9 de cada 10 no podrán terminar la escuela, ni tener una profesión, ni tener una familia, ni vivir sin ser víctima de discriminación ni violencia (física, psicológica, financiera). 

Les hagamos caso y las (nos) volteemos a ver: porque las necesitamos, porque merecen disfrutar de sus derechos, de sus gustos, de su vida; porque son valiosas, porque son hermanas, madres, niñas y adolescentes que son parte de nuestra realidad, de nuestro país y no nos podemos permitir privarnos de ellas para ser un México mejor. 

Por Bárbara Anderson

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