La deuda educativa

La brecha de aprendizaje de niños y jóvenes con discapacidad en toda la región sigue en aumento, con un par de excepciones, dice el Banco Mundial. ¿Quién lo está haciendo algo mejor y por qué?

Por Redacción Yo También

Un reciente informe del Banco Mundial señala las deficiencias y retos educativos que aún viven las personas con discapacidad en América Latina y el Caribe. Pese a que ha habido algunos avances en intención o “en papel”, a la hora de la implementación de las medidas los resultados son insuficientes y los números continúan siendo desfavorables.

La investigación, que además de analizar la situación educativa revisa otros aspectos como la exclusión del mercado laboral y la pobreza y vulnerabilidad de las pcd, afirma que la región “está dejando atrás a los niños y jóvenes con discapacidad al otorgarles oportunidades limitadas para acceder a la escuela y aprender”. Los niños y adolescentes con discapacidad son más propensos a abandonar las clases, ausentarse y ser objeto de violencia o discriminación en el ámbito escolar. En toda Latinoamérica uno de cada 5 niños con discapacidad de entre 6 y 12 años no asisten a la escuela. En el nivel de educación primaria, mientras que el promedio regional de niños que no concurren es de 3.6 por ciento, sube a 15.1 por ciento en el caso de los niños con discapacidad.

La principal restricción es la desigualdad de oportunidades. Únicamente en dos países, Panamá y Uruguay, el porcentaje de niños con discapacidad que asisten a la primaria es cercano o similar al promedio nacional y en Costa Rica la brecha incluso se ha revertido. Pero en la mayor parte de la región, las brechas aumentan. A la cabeza de este fenómenos van Ecuador, El Salvador, México y República Dominicana con una diferencia de 31 a 13 puntos porcentuales. En toda América Latina y en todos los niveles las pcd tienen menos probabilidades de terminar la educación formal. En promedio, las pcd de entre 15 y 35 años son 21 por ciento menos propensas a completar la primaria que sus pares. Esta brecha se intensifica en el nivel secundario—salvo en Bolivia, Colombia y Ecuador—pues las pcd son, también en promedio, 23 por ciento menos propensas a terminar la preparatoria y 9 por ciento menos propensas a terminar la educación terciaria.

Es en el secundario donde hay un riesgo más alto de deserción escolar, sobre todo en alumnos de entre 15 y 17 años en ambientes rurales y de bajos ingresos (muchas veces estos estudiantes deben afrontar diversos retos como no contar con recursos económicos para pagar la escuela o deben trabajar para ayudar a sus familias). Existe, además, un escepticismo generalizado sobre la utilidad de la educación. En los niños y jóvenes con discapacidad las barreras son aún más difíciles de superar y esto deriva, a largo plazo, en altas cifras de analfabetismo, que es cinco veces más alto entre las pcd (22.1 por ciento frente a 4.3 por ciento) que en las personas sin discapacidad.

En pos de revertir estos números la Institución propone observar las estrategias de los países de la región a los que les va mejor en el intento de cerrar las brechas.

Estrategias que funcionan

Chile, Costa Rica y Uruguay, han reducido a menos de 5 puntos porcentuales la brecha en la educación primaria entre estudiantes con y sin discapacidad. En Costa Rica, la tasa de niños y jóvenes con discapacidad que no concurrían al colegio disminuyó de 15.5 por ciento a 8 por ciento entre 2009 y 2017. En Chile, en cambio, la reducción fue de 11 por ciento a 3.6 por ciento en ese mismo periodo. ¿A qué se debe este progreso?

El Banco Mundial atribuye estas cifras, en parte, al impacto benéfico de políticas de inclusión sostenidas durante varias décadas. Costa Rica, por ejemplo, decidió hace tiempo cambiar de escuelas especiales segregadas a espacios de aprendizaje inclusivos. El gobierno ofrece, por un lado, capacitación a maestros sobre inclusión a pcd, y también un sistema de apoyos para que ellas permanezcan estudiando.

Desde los noventas, Chile ha transitado hacia la educación inclusiva a través del Programa de Integración Escolar (PIE), un sistema en el que a las escuelas convencionales les otorgan financiamiento público para alumnos con “necesidades de educación especiales” que de manera temporal o permanente precisen algún tipo de ayuda para alcanzar sus metas educativas. Los participantes del programa se han triplicado en cuatro años y las políticas abarcan a casi 92 por ciento de los niños y jóvenes chilenos con discapacidad.

Las políticas no atienden solo la asistencia a la escuela, sino las metas de aprendizaje y profesores siempre capacitados. Además, se consideran ajustes materiales, tecnológicos, organizaciones y se cuenta con personal y presupuesto estable.

Para la institución que publica el documento, ha sido clave para acortar las desigualdades el tránsito de espacios especiales segregados a escuelas que incluyan a todos los alumnos en las mismas aulas. “Algunos países de la región han ido gradualmente en esta dirección, pero en muchos casos la transición no ha sido coordinada, lo que ha producido deserción escolar y un mayor sentido de aislamiento entre los niños con discapacidad y sus cuidadores”, indican los autores.

“Actualmente, el desafío consiste en diseñar e implementar soluciones focalizadas que mantengan a los estudiantes con discapacidad matriculados y maximizar su potencial de aprendizaje”, agregan.

Es importante destacar que la inclusión de las pcd no solo beneficia a las pcd. “Un sistema de educación inclusivo puede producir beneficios de largo plazo para la economía”-asegura la investigación. “Se ha descubierto que los retornos económicos de la educación son casi tres veces más altos para las personas con discapacidad que para el promedio mundial de las personas sin discapacidad. Por cada año adicional de educación, la probabilidad de que una persona con discapacidad ocupe los quintiles de ingreso más bajos disminuye en casi 5 por ciento. Sin embargo, la inclusión educativa beneficia a todos los estudiantes, aportando ganancias difíciles de cuantificar, como la construcción de sociedades más inclusivas y justas.” 

Diagnóstico y Diseño Universal de Aprendizaje

Para garantizar que la infancia y adolescencia con pcd acceda a una educación de alta calidad segura e inclusiva, Latinoamérica debe adoptar el Diseño Universal de Aprendizaje (ese enfoque educativo flexible que considera diferentes formas de enseñar y aprender) y buscar una modalidad que desmantele barreras en todas las áreas. Es preciso considerar tanto la accesibilidad como los planes y materiales de estudios (para maestros y alumnos), la recolección de datos específicos y vencer prejuicios. Otro asunto clave que es urgente atender y sobre lo que hoy publicamos en detalle es la falta de diagnóstico. Muchos niños y jóvenes con discapacidad no cuentan con un correcto diagnóstico sobre su condición, lo que es fundamental para brindar la atención adecuada y prevenir dificultades de desarrollo.

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