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Dos niñas en una sala, una de ellas abraza una almohada de forma ansiosa y la otra niña intenta calmarla.Dos niñas en una sala, una de ellas abraza una almohada de forma ansiosa y la otra niña intenta calmarla.

Los efectos en la salud de los niños que sobrevivieron a un tiroteo escolar

Tras la masacre de Uvalde unos 360 mil sobrevivientes de tiroteos revivieron las secuelas en salud mental con las que deben lidiar: depresión, migrañas, trastorno del sueño y ataques de pánico.

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31 de mayo de 2022

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Redacción Yo También

Por Redacción Yo También | Traducción: Graciela González

Noah Orona no llora. El padre del niño de 10 años, Oscar, no logra entender por qué. Apenas unas horas antes, un desconocido con un rifle había entrado en el salón de clases de cuarto grado del niño en la Primaria Robb y comenzó a disparar matando a sus profesores y compañeros de clase delante de él. Uno de los disparos alcanzó a Noah en el omóplato, le hizo una herida de 25 centímetros en la espalda, salió y roció su brazo derecho con metralla. Se quedó tirado entre la sangre y los cuerpos de sus amigos muertos durante una hora, quizá más, esperando que alguien le ayudara.

Finalmente estaba allí, descansando en una cama de hospital con sus ojos cafés vacíos y la voz apagada.

-«Creo que mi ropa ya no sirve», se lamentó Noah.

-Su padre le aseguró que no importaba. Le comprarían ropa nueva.

-» Yo creo que no voy a poder regresar a la escuela», dijo.

-«No te preocupes», insistió su padre, apretando la mano izquierda de su hijo.

-«Perdí mis lentes», continuó el niño. «Perdón».

Así comienza el reportaje de John Woodrow Cox del periódico The Washington Post.

Tras un tiroteo en una escuela como el que se vivió la semana pasada en Uvalde (Texas), quienes mueren son quienes acaparan los titulares de los diarios y la atención del público. El recuento de cadáveres se convierte en sinónimo de cada suceso, dictando el lugar que ocupan en el catálogo de estas tragedias que ya son características de Estados Unidos: 10 en el Santa Fe High, 13 en el Columbine High, 17 en la Marjory Stoneman Douglas High, 26 en la Primaria Sandy Hook. Y ahora, se añaden a la lista 21 víctimas en la Primaria Robb de Uvalde en Texas.

Sin embargo, estas cifras no reflejan el verdadero alcance de este exceso de violencia, donde las vidas de cientos de miles de niñas y niños han cambiado profundamente a causa de los tiroteos en las escuelas. 

Según una base de datos del Washington Post, ya son más de 360 niñas, niños y adultos, incluido Noah, heridos en los campus de educación infantil desde 1999. Además están los que no tienen heridas físicas, pero que sufren durante años por lo que vieron, oyeron o perdieron.

Woodrow Cox entrevistó a Samantha Haviland, quien durante años dirigió los servicios de orientación de las escuelas públicas de Denver. Un día de 2008, ella se sentó en el suelo de la sala del fondo de una biblioteca escolar con las luces apagadas y la puerta cerrada. A su alrededor un grupo de adolescentes se agachaba para simular que alguien con una pistola intentaba matarlos.

Ninguno sabía allí que ella había sobrevivido nueve años antes a la masacre de Columbine, cuando era una consejera escolar de 25 años.

Ese día, el 20 de abril de 1999, Haviland huyó de los disparos y también oyó algunos, pero no recibió ningún balazo ni vio a nadie más. La conmoción y el dolor dieron pie a su idea de convertirse en asesora, aunque ella no recibió ningún tipo de apoyo durante mucho tiempo. Las pesadillas (siempre de persecución) se repitieron durante años, pero no creía que necesitara ayuda, no cuando sus compañeros de clase habían muerto, habían sido mutilados o habían sido testigos de la masacre. Haviland creía que iba a estar bien.

Pero ahora estaba allí, diez años después, sentada en la oscuridad, practicando una vez más para escapar de lo que tantos de sus amigos no habían podido. Cuando oyó pasos y vio la sombra de un administrador revisando la cerradura de la puerta, su corazón comenzó a palpitar y, de repente, Haviland supo que no estaba bien.

El martes de la semana pasada, Haviland hizo todo lo posible por no enterarse de los detalles de lo que había ocurrido en Texas. No quería saberlo; años de terapia la habían ayudado, pero el paso del tiempo no es una cura. El miércoles cumplió 40 años.

Noah tiene apenas 10 años. Su padre y su madre ya están preocupados ahora por lo que todo esto le pueda provocar dentro de unas décadas. Oscar y su mujer, Jessica, no pueden dejar de pensar en lo cerca que estuvo de no haber estado allí.

Lo que hace que los supervivientes más jóvenes de un tiroteo en una escuela de Estados Unidos sean los más vulnerables a un trauma duradero es la visión que tienen del mundo que les rodea”, dice al reportero del Washington Post el psiquiatra Bruce Perry, quien ha trabajado durante años con familias en duelo. La mayoría de los adolescentes ya comprenden que los adultos no siempre pueden protegerlos, una realidad que muchos alumnos de primaria no entienden.

«En general, cuanto más destroza una experiencia traumática tu visión del mundo», dijo Perry, «más difícil es recuperarse».

Los que quedaron de la mayor masacre

El reportero John Woodrow Cox buscó a tres amigas que cursaban el último año de la Newtown High School. Faltaban menos de un mes para la graduación, dos días para la cena baile de fin de curso y acababa de empezar la semana del honor.

El tema del martes era «Vaqueros vs. Club Campestre», y cada una de las chicas se lo tomó en serio. Camille Paradis ya tenía botas de vaquero y un sombrero, por lo que su decisión fue fácil. Rayna Toth también eligió vaqueros, con una camisa de franela y un pañuelo al cuello. Maggie LaBanca no pudo resistirse a la visera que encontró un día de compras, así que añadió una falda de tenis y un jersey para completar su conjunto de club campestre.

Se trataba de un día divertido y tonto, de esos que les había tomado mucho tiempo volver a disfrutar después del 14 de diciembre de 2012, cuando se acurrucaron a oscuras en los salones mientras 20 de sus compañeros morían en un tiroteo en la escuela primaria Sandy Hook.

Llegó entonces la noticia de una masacre en una escuela de Texas, y todos ellos se sintieron como si estuvieran de nuevo en tercer grado. Fue el año que definió sus jóvenes vidas. Nunca lograron escapar de él, al menos no por mucho tiempo.

Camille, ahora de 18 años, recordó el momento en que salió del edificio a tropezones, con las manos sobre los hombros de la chica que tenía delante. Durante años tuvo fuertes ataques de pánico. Le daban durante los entrenamientos de natación, porque en el momento en que sentía que le faltaba la respiración perdía el control de su cuerpo. Se sentaba en el borde de la piscina, llorando y temblando.

En su primer año de Bachillerato, el día del aniversario de Sandy Hook, una amenaza contra la escuela primaria obligó a los estudiantes a evacuar el lugar. Cuando Camille se enteró, se derrumbó en el suelo en su clase de francés y no pudo moverse. Tampoco podía ver ni oír. Sentía que se asfixiaba.

Últimamente, las migrañas y las náuseas sustituyen el lugar de los ataques de pánico. 

Rayna lo entiende. Es la chica a la que Camille agarró de los hombros cuando huían. El martes la hizo recordar la estación de bomberos de ladrillos, justo al final de la calle de Sandy Hook. Los encargados trataban de averiguar quiénes estaban y quiénes no. Rayna se dio cuenta de que faltaba un salón entero.

Al principio, ella no soportaba estar sola: no podía ducharse con la puerta cerrada del baño ni bajar las escaleras de su casa sin alguien a su lado. Ella todavía no puede entrar en ningún sitio sin pensar en buscar salidas: en los restaurantes, checa las salidas antes de decidir qué pedir.

No fue hasta el martes a la noche, al regresar de su trabajo que supo lo de Texas. Corrió a casa para estar con sus padres y todos lloraron juntos. Como ya lo habían hecho antes.