Con la mano en el bolsillo

Desde mis primeros días pude percibir, al menos de manera inconsciente, tanto el rechazo como el cariño más profundos. Tibios ni el café ni el amor; ésta ha sido una vida que he tenido el privilegio de experimentar en plenitud.

Yo de niño decía que quería ser fantasma o basurero. Antes me causaba gracia, pero ahora entiendo que era mi manera de expresar mi desánimo por existir. Tal vez mi problema es que nunca me consideré como una persona con discapacidad, pero siempre dudé sobre la posibilidad de ser aceptado. Somos animales sociales, y creo que es parte de nuestra esencia el desear pertenecer a una tribu, a una familia, a una pareja o a un equipo. Yo, sin embargo, lo primero que aprendí fue a estar en soledad y a disfrutar de mi propia compañía, pero también a desconfiar. 

Mi padre perdió la audición a los cinco años, y superó lo “imposible” mucho antes que yo. Sin embargo, desde niño percibí la doble moral y el doble discurso de la sociedad. Siempre me sorprendió cómo se referían a él sus familiares y amigos en su presencia, pero sobre todo cómo lo hacían a sus espaldas. Era como si se tratara de dos personas distintas, una capaz y respetable, y la otra un motivo de lástima y tratos especiales. Me pareció injusto y denigrante, pero sobre todo hipócrita y peligroso, así que pronto comencé a evitar, o al menos evadir, esa atención “especial” escondiendo mi propia discapacidad. Así fue como aprendí a vivir con la mano en el bolsillo. 

Así como los otros sentidos de mi padre se potenciaron para soportar la falta de audición, haciendo por ejemplo de su olfato y su gusto la envidia de todo gourmand, o de su carisma y buen trato el alma de la conversación en cualquier evento social, mis cualidades y capacidades especiales se fueron desarrollando en secreto. Mi sentencia favorita comenzó a ser el “no puedes”, pues la energía que desencadena en mi interior me ha permitido superar constantemente lo que pareciera “imposible”. 

Son precisamente esas reacciones ante mi capacidad de redefinir mi discapacidad las que me llevaron a descubrir pasiones, tales como la música, los medios y las artes marciales, que tal vez de otra manera hoy no disfrutaría como parte de mi cotidianidad. 

Lo que soy, como soy, es perfecto. 

Ahora lo entiendo. Pero me tomó mil y un vidas, y me implicó las más profundas crisis y desánimos derivados de un sin fin de miradas cargadas de rechazo, miedo y sonrisas falsas, el poder llegar a este lugar. 

Si bien mi cuerpo tiene características únicas desde el nacimiento, su inigualdad ha sido precisamente la motivación de buena parte de mis logros, el principal siendo aprender a estar agradecido por su condición. 

No ha sido fácil, pues me ha tomado más de 40 años ser franco para elaborar una reflexión sobre cómo es mi relación con mi discapacidad. Ya no tiene que ver con la aceptación que hoy disfruto como consecuencia de otras virtudes, sino el cómo me ha hecho sentir  superarme para lograr lo que muchos dan por hecho. Tal vez nunca llegue a tocar con virtuosismo la flauta transversa, pero me divierto tocando el bajo, la guitarra y cualquier otro instrumento que me proponga. Tal vez no pueda jugar en las ligas mayores, pero cada semana disfruto con mi equipo de béisbol y me enfrento a mis propios miedos en el ring. Tal vez no sea un referente de belleza y simetría, pero he sido amado como soy y tengo la oportunidad de mostrarme y expresarme en los medios de comunicación.

Mi discapacidad ha regulado mi propio ego y la soberbia del reconocimiento profesional, y sobre todo ha motivado mi propia superación personal. 

Lo primero que quiero confesar es que he sido muy duro conmigo mismo. Si algo pudiera recomendar es que este largo pasaje de aceptación propia hubiera sido más simple aprendiendo desde la infancia a ser más amoroso y compasivo conmigo mismo. El ojo más crítico y severo siempre he sido yo. Y, por ello, me pido una disculpa. Ya no guardo mi mano izquierda en el bolsillo por pena o inseguridad, sino porque quiero que me conozcan a mí, que dejen de distraerse y se enfoquen en lo esencial. Y aún cuando sé que la reacción de las personas ante mi “discapacidad” es un filtro para quienes ameritan ser parte de mi vida, no deseo que el resto se pierda la oportunidad de conocerme por su propia “discapacidad” derivada de sus prejuicios. 

Hoy he dejado de querer ser un fantasma o un basurero para convertirme en la mejor versión posible. He sido amado y respetado, lo cual le da gran alegría y paz a mi niño interior. Pero también he sido engañado, denigrado y abandonado, lo cual me ha hecho un adulto. Y aunque todo tiene que ver con mi discapacidad, nada tiene que ver con mi discapacidad, pues sin ella no sería lo que soy: una pareja amorosa y leal, un amigo sincero y confiable, un viajero apasionado y comprometido con el bien común y, sobre todo, un padre ejemplar y dedicado a fortalecer el amor propio de mis hijos.


*Pata de Perro, también conocido como Alonso Vera Cantú, le ha dado la vuelta a México y al mundo en varias ocasiones, viviendo y produciendo en más de 100 países desde hace casi 20 años. Es autor del libro “Viajar para Vivir”, publicado por Grijalbo de Penguin Random House. Presenta cada domingo la sección de turismo de La Hora Nacional y conferencista en TED: https://youtu.be/3svpsgLI5cY. Fue columnista del diario Reforma de 2001 al 2018, en la sección DeViaje! Conduce el programa AMOMéXICO todos los sábados de 3 a 6pm y los domingos de 3 a 5pm por Grupo Fórmula.
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